Aún hoy, cuando digo que la lactancia de Carlo duró treinta y seis meses y medio, hay muchas personas que se asombran de que hayamos llegado hasta allí, sobre todo después de que durante más de un año compartiese pecho con su hermana Emma. Hemos disfrutado, estoy segura de que ambos, de una lactancia compartida que ha sido maravillosa, con sus momentos malos, sin duda, pero en la que el balance es positivo, claramente.
El comienzo no fue así. Cuando hablé del postparto os conté que la lactancia no comenzó bien, pues entre la desinformación y la inexperiencia, se enganchó mal, me hizo mucho daño y, durante semanas, lloré cada vez que se acercaba, lloré de día y de noche. La ayuda llegó a los tres meses, en forma de matrona-salvavidas, y todo empezó a mejorar, a rodar, y a ser placentero y maravilloso. Carlo dormía poco por las noches, pero el colecho y mi cansancio hicieron que durmiéramos más y mejor, aunque le encantase engancharse al pecho de noche.
Cuando Carlo cumplió un año decidimos tener otro bebé y, esta vez con información y preparación, asumimos tanto la lactancia en seco como las molestias propias del embarazo sin prescindir de la teta (alguna toma de menos sí, pero poco más). Ni cinco días de contracciones hicieron mella en nuestra lactancia, convertida en lactancia en tándem con la llegada de Emma. Fue duro, sobre todo al principio, pues lo de tenerlos a los dos al pecho en el mismo tiempo, me resultaba a ratos insoportable, y a ratos muy desagradable, pero el sentimiento de culpa (ya sabéis de lo que os hablo, seguro), me hacían sacar fuerzas para que «el mayor» no se sintiera desplazado.
Y así seguimos, compartiendo lactancia, hasta que poco a poco, las tomas se fueron reduciendo, hasta que llegó un momento, en el que no pude más. Me enfrenté a ese «expectativas vs. realidad» en el que mi incapacidad para continuar se debatía con la sensación de que «tenía que aguantar hasta que él quisiera» porque «otras lo han hecho». Pero no, llegó el día en el que terminó. Tuve mucho apoyo, apoyo para terminar, palabras de quienes me decían que había «estado muy bien» y recursos y ánimos de quiénes se encontraban (o se habían encontrado) en la misma situación que yo.
Se lo explicamos, su padre y yo, le compramos el libro de ‘La fiesteta’, de Miriam Tirado, y tratamos de ponerle mucho amor a su destete. Carlo lloró, durante dos semanas, cada vez que se iba a dormir y no le daba el pecho. Lloró de impotencia, de rabia, de pena, y yo también, y de amor, de un amor que había mantenido nuestra lactancia durante treinta y seis meses y medio, hasta que ya no pudo aguantar más.
Y ya no lloramos, ni él ni yo. Yo, porque me he liberado, y porque nuestros abrazos consiguen que ambos conciliemos el sueño felices y en calma. Él, porque ha descubierto otra forma de sentirme, tan maravillosa y tan pura como antes. Y cada noche nos dormimos abrazados, porque tiene tantos (o más) mimos que yo. Pero esa es otra historia.