Después de una noche…toledana, por así decirlo, me ha parecido el día perfecto para hablar de colecho y compartir nuestra experiencia en este tema. Lo de la lactancia y el colecho, para nosotros, fueron dos términos indisolubles por varias razones.
Carlo tenía la costumbre de pasarse la noche despierto, tipo búho. Mi madre siempre dice que cuando llegó a la habitación (yo estaba en el despertar post cesárea) con los ojos abiertos ya podíamos habernos imaginado lo que se nos venía encima. El caso es que fue un bebé de contacto y sigue siendo un niño de contacto. Él duerme bien casi siempre, pero si duerme pegado a alguien: ya sea su padre, su madre, la abuela… Durante sus primeros meses de vida, así fue. Dormía la siesta en el cuello de su padre, en el mío, en brazos del abuelo, de la abuela y, por las noches, dormía pegado a mi pecho, porque si no, no dormía. Cuando pasó de la cuna a la cama (aunque en la cuna durmió poco), pusimos una cama de 90 pegada a la de matrimonio, ahí empezamos a dormir los tres y así seguimos. En general, bien.
Pero de vez en cuando, como ha sucedido esta noche, pasamos una noche movida y nos planteamos la posibilidad de que vaya a dormir a su habitación, con una cama accesible que le permita ser autónomo, y que su hermana se una pronto.
Balance, positivo: hemos disfrutado mucho del colecho, tanto con Carlo como con Emma, por haber podido dormir más, por haber podido manejar la lactancia materna sin haber estado toda la noche «de paseo» y por haber disfrutado de abrazarlos mientras duermen (que me parece uno de los mayores placeres de la vida) pero, al igual que ocurrió con el final de la lactancia, tenemos la sensación de que en esto del colecho, hemos empezado la cuenta atrás.
¿Y vosotr@s? ¿Habéis colechado?
Os leemos.